Vía Crucis

Vía Crucis significa camino de la cruz, y consiste en recorrer con el pensamiento el camino que recorrió nuestro Señor Jesucristo con la cruz desde el pretorio de Pilato hasta el Calvario. Según las revelaciones a santa Brígida, después de la muerte de Jesucristo, el mayor consuelo de la Virgen era recorrer los pasos de aquel sagrado camino, regado con la sangre de Jesucristo.

Lo esencial para ganar la indulgencia del Vía Crucis es:

1. Estar en gracia de Dios.
2. Recorrer las estaciones; si fuese grande el concurso, bastaría volverse a cada estación, sin moverse de un lugar a otro.
3. Meditar la pasión.
4. No interrumpir el ejercicio.
5. Que se haga donde esté canónicamente erigido el Vía Crucis. Los impedidos, física o moralmente, de hacer esta devoción en tales lugares, pueden rezar con corazón contrito veinte veces el Padrenuestro, Avemaría y Gloria Patri, teniendo en la mano un Crucifijo bendecido para este fin. 

- Oración preparatoria -

En unión con nuestra Señora, María la Madre de los dolores, vamos, oh Señor Jesús, a recorrer la vía dolorosa que Tú anduviste antes de consumar nuestra Redención en el Calvario. Haz que la meditación de los principales misterios de tu Sagrada Pasión nos llene el corazón de dolor de nuestros pecados y de agradecimiento por el entrañable amor que nos demostraste.

I. ESTACIÓN: NUESTRO SEÑOR ES CONDENADO A MUERTE (Mt. 27. 1-30)

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

“Si sueltas a Jesús, gritan los judíos, no eres amigo del César, porque todo aquél que se hace rey se rebela contra el César”.
Viendo Pilato que nada adelantaba, sino que el alboroto se iba haciendo mayor, mandó le trajesen agua, y lavándose las manos ante el pueblo dijo: “Inocente soy de la sangre de este justo; allá vosotros”. Y toda la turba voceaba: “Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos”. Entonces Pilato les entregó a nuestro Señor para que lo crucificasen.
Haz, oh divino Salvador nuestro, que aborrezcamos el pecado, porque él es quien os condenó a morir por nosotros, muerte de cruz, muerte acerbísima y afrentosísima.

Paternoster, Avemaría y Gloria Patri

V. Pequé, Señor, pequé.
R. Ten piedad y misericordia de mí.

II. ESTACIÓN: NUESTRO SEÑOR ES CARGADO CON LA CRUZ (Jn. 19-17)

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Después de haberse burlado a su gusto de nuestro Señor, los soldados le arrastraron hasta fuera de la ciudad, para crucificarle; y Él, cargando con la Cruz, púsose en marcha hacia el cerro llamado el Calvario. ¡Lleva la cruz para descargarme a mí de ella! Delante de él va un lictor que lleva la inscripción que indica la causa del suplicio: Jesús Nazareno, rey de los judíos. “Regnavit a ligno Deus”.
¡Oh Señor nuestro! Por tu muerte de Cruz, has sido hecho Rey de nuestras almas. Reina de verdad en ellas y domina nuestras rebeldías.

Paternoster, Avemaría y Gloria Patri

V. Pequé, Señor, pequé.
R. Ten piedad y misericordia de mí.

III. ESTACIÓN: NUESTRO SEÑOR CAE BAJO EL PESO DE LA CRUZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Las fuerzas de nuestro Señor estaban exhaustas después de la agonía en el Huerto de los Olivos, exhaustas por los malos tratamientos de la noche en casa de los Sumos Sacerdotes, por la flagelación y coronación de espinas, así que el peso de la Cruz excede con mucho a sus fuerzas físicas, y por eso cae y desfallece extenuado. Más todavía que la Cruz, lo que agobia a nuestro Señor y le rinde es el enorme peso de nuestros pecados.
Señor, cuando desfallezcamos, levántanos.

Paternoster, Avemaría y Gloria Patri

V. Pequé, Señor, pequé.
R. Ten piedad y misericordia de mí.

IV. ESTACIÓN: NUESTRO SEÑOR ENCUENTRA A SU SANTÍSIMA MADRE

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Nos dice una antigua tradición que nuestra Señora, María Santísima, estaba a la vera del camino por donde pasaba Jesús y todo su cortejo; viéndose entonces presa de un inmenso dolor, una espada de siete filos traspasó su alma que gemía en la más profunda aflicción. ¿Dónde está el hombre que pudiera contener sus lágrimas, si viera a la Madre de Cristo en tamaño suplicio?
Pues que la causa de ese dolor son nuestros pecados, ¡oh María! Alcanzadnos la gracia de aborrecerlos.

Paternoster, Avemaría y Gloria Patri

V. Pequé, Señor, pequé.
R. Ten piedad y misericordia de mí.

V. ESTACIÓN: SIMÓN CIRINEO AYUDA A NUESTRO SEÑOR A LLEVAR SU CRUZ (Lc. 23, 26)

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Era de temer que dada la extrema fatiga de nuestro Señor, no pudiese llegar hasta el sitio de la ejecución. Así que, cuando los soldados salieron de la ciudad, tropezaron con un tal Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, que volvía de su granja, y le forzaron brutalmente a llevar la Cruz del Salvador, cargándosela sobre sus hombros.
De la Cruz de nuestro Señor manará también para nosotros un raudal de gracias. Señor, haz que, en pos de Ti, la llevemos en expiación de nuestras culpas. Nunca será tan pesada como la tuya, pues que Tú mismo, como buen cirineo, nos ayudas eficazmente a sobrellevarla.

Paternoster, Avemaría y Gloria Patri

V. Pequé, Señor, pequé.
R. Ten piedad y misericordia de mí.

VI. ESTACIÓN: UNA PIADOSA MUJER LIMPIA EL ROSTRO DE NUESTRO SEÑOR

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Cuenta una piadosa tradición cómo al pasar la comitiva, una mujer se metió por entre la alborotada turba, acercóse al Salvador, y con un velo que llevaba le enjugó el sudor de su divina cara, y que nuestro Señor, como para pagar aquel servicio, dejó impresos en el velo de la Verónica los rasgos de su Santa Faz. Esa mujer será siempre el tipo de las nobles y santas osadías.

Señor, los respetos humanos y una vergonzosa cobardía a veces nos retraen de vuestro seguimiento. Dadnos la gracia de vencernos, para que así vayáis Vos imprimiendo en nuestras almas vuestros rasgos, pues en el cielo sólo entra el que a Ti se parece.

Paternoster, Avemaría y Gloria Patri

V. Pequé, Señor, pequé.
R. Ten piedad y misericordia de mí.

VII. ESTACIÓN: CAE NUESTRO SEÑOR POR SEGUNDA VEZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Desde la sexta estación, el camino sube una áspera pendiente, la marcha hácese bastante penosa por las calles resbaladizas y estrechas de Jerusalén. La extrema debilidad de nuestro Señor, el calor del mediodía, la subida, los estorbos del camino, las brutalidades de la soldadesca, las burlas de los judíos y sobre todo el peso de la Cruz explican la recaída del Salvador.
El peso aplastante de nuestros pecados es el que hace a nuestro Señor caer de nuevo. Concédenos, Señor, que nos tornemos siempre a levantar de nuestras caídas.

Paternoster, Avemaría y Gloria Patri

V. Pequé, Señor, pequé.
R. Ten piedad y misericordia de mí.

VIII. ESTACIÓN: NUESTRO SEÑOR CONSUELA A LAS HIJAS DE JERUSALÉN (Lc. 23, 27-31)

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Una abigarrada muchedumbre seguía a nuestro Señor, y entre ella había mujeres que lloraban y se condolían de Él. Entonces volvióse a ellas y les dijo: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por Mí, sino por vosotras y por vuestros hijos; porque, si esto pasa en el árbol verde, ¿qué será en el seco?” Nuestro Señor predijo el castigo que pronto había de recaer sobre el pueblo judío. Este fue dispersado, y el Templo, que era su orgullo, fue reducido a pavesas.
Si la vida de la gracia no anima nuestra alma, la justicia divina nos entregará al fuego, como a árbol seco que se quema. Evitemos, pues, el pecado, si no queremos caer en el infierno, en la Gehenna del fuego inextinguible.

Paternoster, Avemaría y Gloria Patri

V. Pequé, Señor, pequé.
R. Ten piedad y misericordia de mí.

IX. ESTACIÓN: NUESTRO SEÑOR CAE POR TERCERA VEZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Cuando nuestro Señor ha llegado a la cima del Gólgota, el pensar en lo que le queda todavía por sufrir hace desfallecer a su Santísima Humanidad, como en Getsemaní, y llega a ser tal la flaqueza del Divino Maestro que los soldados tienen que levantarle y tal vez también que llevarle hasta la misma cumbre del Calvario. Esta es verdaderamente la hora del príncipe de las tinieblas, la hora de suprema iniquidad; pero es también la hora de la completa y universal amnistía, merced al anonadamiento del Dios hecho hombre.
Gracias, Señor nuestro, por haberte abajado tanto, a fin de levantarnos de nuestros vicios y miserias.

Paternoster, Avemaría y Gloria Patri

V. Pequé, Señor, pequé.
R. Ten piedad y misericordia de mí.

X. ESTACIÓN: NUESTRO SEÑOR SE VE DESNUDADO DE SUS VESTIDURAS (Jn. 19. 23-24)

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Al despojar los soldados a nuestro Señor de sus vestiduras, las llagas causadas por los azotes, ya restañadas, tornáronse a abrir. “Le hemos visto, dice Isaías, tan mal parado, que no hay en él parecer ni hermosura. Nos pareció como un hombre despreciado y desechado, varón de dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas, Él herido por nuestras maldades, molido por nuestros pecados. El castigo que nos debía traer la paz sobre Él recayó, y por sus llagas fuimos curados”. 

De este modo expías nuestras inmodestias, ¡oh Jesús Señor mío! Dadnos el espíritu de pureza y de mortificación.

Paternoster, Avemaría y Gloria Patri

V. Pequé, Señor, pequé.
R. Ten piedad y misericordia de mí.

XI. ESTACIÓN: NUESTRO SEÑOR ES CLAVADO EN LA CRUZ (Mc. 15, 24-32)

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Llegados al lugar que se llama Calvario, los soldados crucificaron a nuestro Señor, y con El a dos ladrones, uno a su derecha y otro a su izquierda. Así se cumplió la palabra de la escritura: “Fue puesto entre los malhechores”. “¡Oh pueblo mío! ¿Qué mal es lo que te he hecho? o ¿en qué te he contristado? ¡Dímelo! ¿Has preparado una cruz a tu salvador por haberte sacado de la tierra de Egipto? ¿O es tal vez porque fui tu guía en el desierto durante cuarenta años, y te alimenté con el maná y te introduje en una tierra excelente; o bien porque he usado siempre a favor tuyo de mi gran poder? ¿Por eso me has clavado en el patíbulo de la cruz? ¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho? o ¿En qué te he contristado? Respóndeme”.
¡Oh Jesús Señor nuestro!, contigo queremos estar atado a la cruz de cada día.

Paternoster, Avemaría y Gloria Patri

V. Pequé, Señor, pequé.
R. Ten piedad y misericordia de mí.

XII. ESTACIÓN: NUESTRO SEÑOR MUERE EN LA CRUZ (Jn. 19, 28-30)

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Dijo nuestro Señor en la Cruz: “¡Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen!”. Y dirigiéndose luego al buen ladrón: “en verdad te digo, que hoy mismo estarás conmigo en el paraíso”. Y viendo a su Madre en pie y junto a ella al amado discípulo, dijo a su Madre: “Mujer, ahí tiene a tu hijo”. Enseguida se volvió al discípulo y le dijo también: “Ahí tienes a tu Madre”. Entonces el sol se nubló, y densas tinieblas ensombrecieron al mundo desde el mediodía hasta las tres; y en medio de aquella prematura noche, queriendo dar a entender que estaba suspendido en la Cruz, solo, entre la justicia implacable del cielo y la malicia de los hombres que le persiguen en la tierra, rezó aquel verso del salmo: “¡Dios mío! ¿Por qué me has desamparado?” Luego realizándose un postrer oráculo, dijo: “Sed tengo”. Y como le fuera presentada una esponja con vinagre, conforme a su predicción profética, dijo Jesús: “Todo está consumado”. Y dando un fuerte suspiro dijo: “¡Padre!, en tus manos encomiendo mi espíritu”, con lo cual inclinó la cabeza y expiró.
Aprendamos a huir del pecado, pues tan grave es que exigió la muerte del hombre Dios para ser expiado. ¡Ojalá que nunca jamás volvamos a cometerlo! ¡Por tu Cruz, Pasión y Muerte, líbranos, Señor!

Paternoster, Avemaría y Gloria Patri

V. Pequé, Señor, pequé.
R. Ten piedad y misericordia de mí.

XIII. ESTACIÓN: EL CUERPO DE NUESTRO SEÑOR ES BAJADO DE LA CRUZ Y ENTREGADO A SU MADRE (Mt. 27, 57-59)

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Como ya se hacía tarde, José, varón rico y natural de Arimatea, se llegó al calvario después de haber alcanzado de Pilato autorización para coger el cuerpo de nuestro Señor. También acudió allí Nicodemo, trayendo una mezcla de mirra y áloes. Entrambos desclavaron con cariño el cuerpo del Señor y lo pusieron en brazos de su Santa Madre anegada en un mar de lágrimas. Luego lo envolvieron en un lienzo, y lo sepultaron conforme tenían costumbre los judíos.
¡Oh Señora nuestra y Madre de dolores que lloras a tus hijos muertos por el pecado! Alcanzadnos un dolor sincero de todas nuestras culpas.

Paternoster, Avemaría y Gloria Patri

V. Pequé, Señor, pequé.
R. Ten piedad y misericordia de mí.

XIV. Estación: ES SEPULTADO EL CUERPO DE NUESTRO SEÑOR (Jn. 19, 38-40)

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Junto al lugar en que crucificaron a nuestro Señor, había un huerto, y en aquel huerto un sepulcro, propiedad también de José, el cual lo había cavado en la roca viva y era del todo nuevo. Como quiera que iba a empezar el Sábado pascual, José y Nicodemo pusieron allí el cuerpo de nuestro Señor, y rodaron una pesada losa, tapando con ella la entrada del sepulcro, volviéndose a la ciudad, como también las santas mujeres, ya muy entrada la noche.
Ojalá nos acordemos siempre, oh Señor, de que en las aguas del bautismo fuimos un día contigo sepultado, como en un sepulcro, muriendo para siempre al pecado y resucitando también para siempre contigo a una vida nueva. “Por tu sepultura y tu santa Resurrección, líbranos, Señor”.

Paternoster, Avemaría y Gloria Patri

V. Pequé, Señor, pequé.
R. Ten piedad y misericordia de mí.

Santiguarse

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