La Señal de la Cruz es mucho más que un simple gesto piadoso; es la síntesis de nuestra fe católica, la proclamación de la Redención y la afirmación de nuestra militancia en Cristo. Desde los primeros siglos del cristianismo, los fieles se han signado con la Cruz como señal de bendición, protección y entrega a Dios. Este signo sacramental, cargado de profundidad teológica y espiritual, nos recuerda constantemente que pertenecemos a Dios y que, en su Nombre, debemos vivir y luchar.
Al hacer la Señal de la Cruz sobre nuestro cuerpo y pronunciar: "En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, Amén", nos estamos comprometiendo a obrar en el nombre de Dios. No es una simple fórmula verbal, sino la afirmación de que todo cuanto hacemos debe estar sometido a Su divina voluntad. Dios reveló su nombre a Moisés en la zarza ardiente: "Yo soy el que soy" (Éxodo 3, 13). También dijo: "Yo soy el Dios de tus padres" (Éxodo 3, 6) y "Yo estaré contigo" (Éxodo 3, 12). Estas palabras revelan que Dios abarca nuestro pasado, presente y futuro. Quien se signa con fe está afirmando que Dios le conoce, le acompaña, le sostiene y permanecerá siempre a su lado.
Cuando en la oración pedimos algo en el nombre de Jesús, nos unimos a su oración, con la certeza de que el Padre escucha a su Hijo: "Todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo" (Juan 14, 13-14). Esto es más que una súplica; es un acto de confianza en la Providencia divina. San Pedro lo comprendió cuando, después de una noche de pesca infructuosa, obedeció al Señor: "Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu Nombre, echaré las redes" (Lucas 5, 5). La señal de la Cruz nos recuerda que todo ha de hacerse en el Nombre de Dios, con fe y obediencia.
Santiguarse es la forma más breve de la Señal de la Cruz. Trazamos sobre nuestro cuerpo la Cruz de Cristo mientras pronunciamos la invocación trinitaria:
"En el nombre del Padre, † y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén."
Este gesto nos sella en el misterio de la Santísima Trinidad y nos reviste de su poder. Nos recuerda que toda nuestra vida debe estar sometida a la voluntad divina y que nuestras obras han de ser realizadas para la mayor gloria de Dios.
La Iglesia nos enseña que este signo nos protege del Maligno y nos dispone a recibir la gracia. Es un acto de fe, humildad y reconocimiento de nuestra filiación divina. De ahí que los Padres de la Iglesia insistieran en su uso frecuente. Tertuliano (160-220 d.C.) escribió:
"En todos nuestros viajes y movimientos, en todas nuestras salidas y llegadas, al ponernos nuestros zapatos, al tomar un baño, en la mesa, al prender nuestras velas, al acostarnos, al sentarnos, en cualquiera de las tareas en que nos ocupemos, marcamos nuestras frentes con el signo de la cruz."
La devoción constante a la Señal de la Cruz es una manera de vivir bajo la protección de Dios y en su presencia continua.
El Signarse es una versión más desarrollada de la Señal de la Cruz, que se emplea como invocación de protección divina contra nuestros enemigos espirituales y temporales:
"Por la señal de la Santa Cruz, ✠ de nuestros enemigos ✠ líbranos Señor, Dios nuestro. ✠"
Este acto de fe nos recuerda que estamos en un combate espiritual. San Pablo nos exhorta: "Revestíos de la armadura de Dios para que podáis resistir las insidias del diablo" (Efesios 6, 11). La Cruz es nuestra defensa, nuestra fortaleza y nuestra victoria.
Al trazar sobre nuestro cuerpo este signo de poder, nos unimos a la milicia de Cristo y nos fortalecemos contra las tentaciones. Santa Teresa de Jesús nos dejó esta sabia recomendación:
"Poned los ojos en el Crucificado y se os hará todo poco."
El cristiano que se signa con fe renueva su valentía y su disposición a perseverar en la lucha espiritual.
La forma más completa de la Señal de la Cruz es el Persignarse, que incluye la invocación de la Cruz sobre nuestra frente, labios y pecho, seguido del santiguado. Su fórmula es:
"Por la señal de la Santa Cruz, ✠ de nuestros enemigos ✠ líbranos Señor, Dios nuestro. ✠ En el nombre del Padre, † y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén."
Cada trazo tiene un significado profundo:
Este acto de fe es un compromiso con la virtud y la rectitud de vida. Nos recuerda que hemos sido llamados a ser luz del mundo y sal de la tierra (Mateo 5, 13-16).
La Iglesia concede indulgencia parcial a los fieles que hagan la Señal de la Cruz con devoción. El Manual de Indulgencias de la Penitenciaría Apostólica (1986) declara en su número 55:
"Se concede indulgencia parcial al fiel cristiano que haga la señal de la cruz diciendo las palabras de costumbre: En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén."
Esto nos recuerda que la piedad sencilla, cuando se vive con fe y amor, es un medio eficaz de santificación y crecimiento espiritual.
La Señal de la Cruz no es un mero formalismo; es una declaración de guerra contra el pecado y el mundo. Es la bandera de la Cristiandad, el escudo de los soldados de Cristo y la confesión de nuestra esperanza en la Redención.
Que la hagamos siempre con fe y devoción, conscientes de que, al signarnos, proclamamos nuestra pertenencia al Rey de Reyes. Como exhorta la Escritura:
"Fijaos en aquel que soportó tal contradicción de parte de los pecadores, para que no desfallezcáis faltos de ánimo." (Hebreos 12, 2-3)
En la Cruz está nuestra salvación. ¡En la Cruz está nuestra victoria!
Tesoros de la fe para la vida diaria
La vida cristiana no se sostiene en el aire de un sentimentalismo pasajero, sino en la firmeza de la fe, la doctrina y la vida de oración. La Sagrada Escritura nos exhorta: "Orad sin cesar" (1 Tes 5,17), recordándonos que el cristiano ha de estar en constante diálogo con Dios, santificando cada instante de su vida mediante la oración.
La Tradición de la Iglesia nos ha transmitido oraciones y fórmulas de fe que han nutrido el alma de los fieles a lo largo de los siglos. Algunas provienen de las mismas páginas de la Sagrada Escritura, otras han sido legadas por los santos y muchas han sido formuladas por la Santa Madre Iglesia para ayudarnos a elevar nuestra mente y corazón a Dios.
Esta sección recoge oraciones fundamentales como el Padrenuestro, el Avemaria y el Gloria Patri, junto con fórmulas esenciales de la fe, como los mandamientos de Dios y las bienaventuranzas. También encontrarás plegarias para diversas circunstancias de la vida: antes de estudiar, en la enfermedad, al pasar ante un cementerio o una iglesia, entre muchas otras.
Cada una de estas oraciones viene acompañada de una breve explicación o catequesis para profundizar en su significado y ayudar al fiel a rezarlas con mayor devoción y provecho espiritual. Para acceder a estos contenidos, simplemente haz clic en el título de cada oración.
Que estas oraciones sean para ti una escalera segura hacia Dios, un escudo en la lucha espiritual y un medio eficaz para perseverar en la gracia hasta alcanzar la Patria Celestial. "Señor, enséñanos a orar" (Lc 11,1).
In nómine Patris, † et Fílii, et Spíritus Sancti. Amen.
En el nombre del Padre, † y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén
Per signun crucis, ✠ de inimícis nostris, ✠ líbera nos Deus noster. ✠
Por la señal de la Santa Cruz, ✠ de nuestros enemigos ✠ líbranos Señor, Dios nuestro. ✠
Per signun crucis, ✠ de inimícis nostris, ✠ líbera nos Deus noster. ✠ In nómine Patris, † et Fílii, et Spíritus Sancti. Amen.
Por la señal de la Santa Cruz, ✠ de nuestros enemigos ✠ líbranos Señor, Dios nuestro. ✠ En el nombre del Padre, † y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
El Padrenuestro (griego: Πάτερ Ἡμῶν Páter Ēmôn, latín: Pater Noster) es la oración cristiana por excelencia, enseñada por Nuestro Señor Jesucristo a sus discípulos, según el Evangelio de Mateo (Mt 6, 9-13) y el Evangelio de Lucas (Lc 11, 1-4). Su carácter universal y su profundidad teológica la convierten en la súplica perfecta del alma que busca glorificar a Dios y alcanzar su salvación.
A diferencia de otras oraciones humanas, que brotan del corazón del hombre en su búsqueda de Dios, el Padrenuestro es una oración dictada por el mismo Dios hecho Hombre. De allí que la Iglesia lo reconozca como la oración vocal más excelente, resumen de todo el Evangelio, como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica.
En la Didaché, antiguo escrito cristiano del siglo I, ya se menciona su uso frecuente entre los fieles. A lo largo de la Cristiandad, el Paternoster se rezaba en latín, incluso por los fieles iletrados, como signo de unidad y veneración.
El Padrenuestro no es una simple plegaria devocional, sino una proclamación de guerra contra el pecado, el mundo y el demonio. Cada una de sus siete peticiones es un grito de combate de los hijos de Dios que luchan por la instauración de Su Reinado en la tierra.
"Padre nuestro, que estás en los cielos": Al llamar a Dios "Padre", reconocemos su soberanía y amor paternal. No lo invocamos como individuos aislados, sino como cuerpo místico, la Iglesia, cuya misión es extender el Reinado de Cristo.
"Santificado sea tu Nombre": Pedimos que Dios sea adorado y glorificado por todos los pueblos. Es una oración contra la apostasía, el secularismo y la blasfemia, que buscan borrar el Santo Nombre de Dios de la sociedad.
"Venga a nosotros tu Reino": No es un deseo vago, sino un anhelo ardiente por la victoria de la Cristiandad, donde las leyes humanas reflejen la ley divina, donde Cristo reine sobre individuos y naciones.
"Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo": La verdadera libertad está en la obediencia a Dios. Es una plegaria que desafía la rebelión del hombre moderno contra la ley natural y divina.
"Danos hoy nuestro pan de cada día": No sólo pedimos el alimento corporal, sino el Pan de Vida eterna, la Sagrada Eucaristía, sin la cual el alma se debilita.
"Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden": El perdón no es sentimentalismo, sino un acto de justicia basado en la cruz. El alma que no perdona está incapacitada para recibir el perdón divino.
"No nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal": Clamamos por la protección de Dios contra las insidias del demonio, las herejías y el pecado, conscientes de nuestra fragilidad sin la gracia.
El "Amén" con que concluimos el Padrenuestro no es una simple formalidad, sino una ratificación de nuestra fe y entrega total a la voluntad divina. Quien lo reza con devoción y coherencia, hace de su vida un instrumento para la gloria de Dios y la restauración del orden cristiano.
Rezar el Padrenuestro es, por tanto, sinónimo de luchar para que Cristo reine. Es comprometerse con la causa de su Iglesia, con la santificación personal y la evangelización del mundo. Que en cada recitación de esta sublime oración, nuestro corazón arda con el celo de los santos y nuestra voluntad se fortalezca en el combate por la gloria de Dios.
Pater noster, qui es in caelis, sanctificétur nomen tuum. Advéniat regnum tuum. Fiat volúntas tua, sicut in caelo et in terra. Panem nostrum quotidiánum da nobis hódie. Et dimítte nobis débita nostra, sicut et nos dimíttimus debitóribus nostris. Et ne nos indúcas in tentatiónem: sed líbera nos a malo. Amen.
Padre Nuestro, que estas en el cielo, santificado sea tu nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén.
Entre las armas que la Santa Iglesia pone en manos de sus hijos, el Avemaría resplandece como estandarte de los combatientes de Cristo. No es una simple repetición piadosa, sino una invocación ardiente, un grito de batalla en la guerra espiritual, una súplica que asciende hasta el trono de Dios por la intercesión de la Madre del Verbo Encarnado. La historia de esta oración se entrelaza con la historia de la salvación, pues sus primeras palabras fueron pronunciadas por labios angélicos y por la boca de una santa inspirada por el Espíritu Santo.
El Avemaría se compone de dos partes. La primera parte es de origen divino y tiene su fundamento en el Evangelio según San Lucas. Nos transporta al momento sublime en que el Arcángel Gabriel, embajador del Altísimo, se postra ante la Virgen Santísima y le dirige las palabras eternas: «¡Alégrate! Llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28). En este saludo, resplandece el misterio de la predestinación de María, elegida desde antes de todos los siglos para ser el Arca de la Nueva Alianza.
A este anuncio celestial se une la aclamación de Santa Isabel en la Visitación: «¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!» (Lc 1,42). Inspirada por el Espíritu Santo, Isabel proclama la grandeza de María, pues en su seno ya habita el Redentor. Estas palabras, nacidas de la plenitud de la gracia, forman el núcleo de nuestra salutación angélica.
A lo largo de los siglos, la Iglesia, maestra de oración, completó la fórmula original. En el siglo XIII, el Papa Urbano IV estableció el uso del nombre de María al inicio y el de Jesús al final de la primera parte. Así, se hizo más claro a quién saludamos y a quién bendecimos en esta oración.
La segunda parte del Avemaría, de origen eclesiástico, es una súplica de intercesión que brota del corazón de la Iglesia. La llamamos Madre de Dios, en conformidad con la Escritura que nos dice: «¿Y de dónde esto a mí, que la Madre de mi Señor venga a mí?» (Lc 1,43). En este título se encierra el dogma más excelso sobre María: su divina maternidad.
La invocación «ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte» expresa la confianza de los fieles en la mediación universal de la Virgen. Desde los primeros siglos, los cristianos han recurrido a María como refugio y auxilio en los momentos más difíciles. La primera vez que esta oración apareció impresa fue en 1495, en la obra Esposizione sopra l'Ave Maria de Girolamo Savonarola, donde ya se encuentra en la forma que hoy conocemos.
La Iglesia nos exhorta a rezar el Avemaría con frecuencia, especialmente después del Padrenuestro. Según el Catecismo Mayor de San Pio X, se reza esta salutación angélica porque la Virgen Santísima es la más poderosa abogada cerca de Jesucristo. Así lo confesamos en la doctrina católica:
El Avemaría no es solo una oración, sino un arma en la lucha espiritual. Como nos enseñaron los santos y los grandes maestros de la fe, quien porta el Santo Rosario y reza con fe el Avemaría jamás será vencido por las asechanzas del demonio. San Luis María Grignion de Montfort nos exhorta a no soltar el Rosario, pues en él encontramos el compendio del Evangelio y la fortaleza para resistir al mundo y sus engaños.
El Avemaría es una oración sencilla en palabras, pero profunda en significado. Es una súplica que encierra amor, fe y combate espiritual. Por ello, la Santa Iglesia recomienda encarecidamente la devoción al Santo Rosario, donde esta oración se repite con insistencia, como flechas disparadas contra el enemigo del alma. La Virgen ha prometido su protección a quienes la invoquen con confianza, y no hay momento en el que necesitemos más su auxilio que en la hora de nuestra muerte. Que cada Avemaría que salga de nuestros labios sea una ofrenda de amor y un escudo contra el mal. ¡Ave María, gratia plena, Dominus tecum!
Ave María, grátia plena, Dóminus tecum, benedícta tu in muliéribus et benedíctus fructus ventris tui, Iesus. Sancta María, Mater Dei, ora pro nobis peccatóribus, nunc et in hora mortis nostræ. Amen.
Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo. Bendita eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre Jesús. Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
El Gloria Patri, conocido como la doxología menor, es una de las oraciones más antiguas y sublimes de la tradición católica. Su sencillez encierra una profundidad teológica inmensa: es la proclamación constante de la gloria de Dios Uno y Trino, un himno de alabanza que se eleva desde los primeros tiempos del cristianismo y que resuena a lo largo de los siglos en la liturgia de la Iglesia.
El nombre Gloria Patri proviene del latín y significa "gloria al Padre". Esta breve pero potente oración tiene sus raíces en la venerable tradición apostólica y es recitada desde los albores del cristianismo. Su estructura refleja la fe en la Santísima Trinidad y su uso es ubicuo en la liturgia: se encuentra al final de los salmos en el Oficio Divino, concluye cada misterio del Santo Rosario y se emplea en múltiples devociones, uniendo la oración individual a la oración oficial de la Iglesia.
La doxología menor se distingue de la doxología mayor (Gloria in excelsis Deo), la cual es propia de la Santa Misa. Ambas expresan la gloria debida a Dios, pero el Gloria Patri tiene un carácter más breve y frecuente, sirviendo como constante recordatorio de la adoración que toda la creación debe rendir a su Creador.
Desde los primeros siglos, la Iglesia enfrentó la herejía arriana, la cual negaba la divinidad de Cristo. San Basilio Magno y otros Padres de la Iglesia insistieron en la doctrina trinitaria tal como la conocemos. Como respuesta a estas herejías, la fórmula "Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo" se hizo universal entre los católicos, proclamando sin ambigüedades la fe en la Trinidad.
San Pablo ya utilizaba doxologías en sus cartas (Rom. 11,36; Gál. 1,5; Ef. 3,21), pero los primeros cristianos solían dirigirlas solo al Padre. No fue sino con el desarrollo de la teología trinitaria y la lucha contra las herejías que se hizo habitual la forma que hoy conocemos.
En Oriente, la expresión "Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos" fue ampliamente adoptada. En Occidente, se añadió la cláusula "Sicut erat in principio, et nunc et semper, et in saecula saeculorum. Amen", la cual se cree que surgió en Roma y se difundió en Galia por mandato del Segundo Sínodo de Vasio en el año 529. Esta expresión reforzaba la afirmación de la eternidad del Hijo, negando cualquier subordinación al Padre y cerrando la puerta al arrianismo.
El Gloria Patri no es solo una oración de alabanza; es también una profesión de fe. Decir "Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo" es proclamar la verdad fundamental del cristianismo: que Dios es Uno en esencia y Trino en Personas. Es reconocer que la gloria que poseía Dios desde el principio de los tiempos es la misma gloria que ahora tiene y que tendrá por siempre.
En un mundo que niega la soberanía de Dios y su gloria, la recitación fervorosa del Gloria Patri es un acto de resistencia católica, un grito de victoria sobre la impiedad, un recordatorio de que la historia pertenece a Cristo Rey y que su reinado no tendrá fin.
Que cada vez que pronunciemos esta oración lo hagamos con espíritu de adoración, con fidelidad inquebrantable a la doctrina trinitaria y con el ardiente deseo de que el nombre de Dios sea glorificado en la tierra como lo es en el cielo. ¡Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos! Amén.
Glória Patri, et Fílio, et Spirítui Sancto. Sicut erat in princípio et nunc et semper et in saécula saeculórum. Amen.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio. Ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Salve, Regína, mater misericórdiae; vita dulcédo et spes nostra, salve. Ad te clamámus éxules fílii Hevae. Ad te suspirámus geméntes et flentes in hac lacrimárum valle. Eia ergo, advocáta nostra, illos tuos misericórdes óculos ad nos convérte, et Iesum, benedíctum fructum ventris tui, nobis post hoc exsílium osténde o clemens, o pia, o dulcis Virgo María!
Dios te salve, Reina y Madre de Misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra; Dios te salve. A ti llamamos, los desterrados hijos de Eva, a ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos, y después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María!
Credo in Deum Patrem omnipoténtem, Creatórem caeli et terrae, et in Iesum Christum, Fílium Eius únicum, Dóminum nostrum, qui concéptus est de Spirítu Sancto, natus ex María Vírgine, passus sub Póntio Pilato, crucifíxus, mórtuus, et sepúltus, descéndit ad ínferos, tértia die resurréxit a mórtuis, ascéndit ad caelos, sedet ad déxteram Dei Patris omnipoténtis, inde ventúrus est iudicáre vivos et mórtuos. Credo in Spíritum Sanctum, sanctam Ecclésiam cathólicam, sanctórum communiónem, remissionem peccatórum, carnis resurrectiónem, vitam aetérnam. Amen.
Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo su único Hijo Nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo. Nació de Santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre, todopoderoso. Desde allí va a venir a juzgar a vivos y muertos. Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia católica la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén.
Credo in unum Deum, Patrem omnipoténtem, factórem coeli et terrae, visibílium ómnium et invisibílium. Et in unum Dóminum Iesum Christum, Fílium Dei unigénitum. Et ex Patre natum ante ómnia saécula. Deum de Deo, lumen de lúmine, Deum verum de Deo vero. Génitum, non factum, consubstantiálem Patri per quem ómnia facta sunt. Et resurréxit tértia die, secúndum Scriptúras. Et ascéndit in coelum: sedet ad déxteram Patris. Et íterum ventúrus est cum glória judicáre vivos et mórtuos cuius regni non erit finis. Et in Spíritum Sanctum, Dóminum et vivificántem, qui ex Patre, Filióque procédit. Qui propter nos hómines et propter nostram salútem descéndit de coelis. Et incarnatus est de spiritu sancto ex maria virgine et homo factus est. Crucifíxus étiam pro nobis, sub Póntio Piláto passus, et sepúltus est. Qui cum Patre, et Fílio simul adorátur, et conglorificátur: qui locútus est per Prophétas. Et unam, sanctam, cathólicam, et apostólicam Ecclésiam. Confíteor unum baptísma in remissiónem peccatórum. Et expécto resurrectiónem mortuórum et vitam ventúri saéculi. Amen.
Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible. Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho. Que por nosotros lo hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre; y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin. Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas. Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados. Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén.
Beata María intercedénte, bene ambulémus (ambules), Dóminus sit in itínere nostro (tuo), et Angeli eius comittentur nobiscum (tecum). In nómine Patris, et Filli, et Spíritus Sancti. Amen.
Que por la intercesión de Santa María Virgen tengamos (tengas) buen viaje, el Señor esté en nuestro (tu) camino y sus ángeles nos (te) acompañen. En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Santiguándose
Adoremus in aeternum Sanctissimum Sacramentum.
Adoremos eternamente al Santísimo Sacramento.
Se toma con las yemas de los dedos y se santigua
V. Haec aqua benedícta
R. Sit nobis † salus et vita
V. Que esta agua bendita
R. Sea para nosotros salud y vida
Santiguándose
V. Réquiem aeternam dona eis, Dómine;
R. Et lux perpétua lúceat eis.
V. Requiescant in pace.
R. Amen.
V. Dales Señor, el descanso eterno;
R. Y brille para ellos la luz perpetua.
V. Descansen en paz.
R. Amén.
Brevísima visita al Santísimo
Oh Jesús, creo en Vos y os adoro realmente presente en el Santísimo Sacramento del altar; arrepiéntome de haberos ofendido; os amo y os deseo; venid a mi corazón; me uno a Vos: nunca os separéis de mí. Amén.
Pésame, Dios mío, y me arrepiento de todo corazón de haberos ofendido. Pésame por el Infierno que merecí y por el Cielo que perdí; pero mucho más me pesa, porque pecando ofendí a un Dios tan bueno y tan grande como Vos. Antes querría haber muerto que haberos ofendido, y propongo firmemente no pecar más, y evitar todas las ocasiones próximas de pecado. Amén.
Magníficat ánima mea Dóminum, et exsultávit spíritus meus in Deo salvatóre meo, quia respéxit humilitátem ancíllae suae.
Ecce enim ex hoc beátam me dicent omnes generatiónes, quia fecit mihi magna, qui potens est, et sanctum nomen eius, et misericórdia eius in progenies et progénies timéntibus eum.
Fecit poténtiam in bráchio suo, dispérsit supérbos mente cordis sui; depósuit poténtes de sede et exaltávit húmiles, esuriéntes implévit bonis et dívites dimísit inánes.
Suscépit Ísrael púerum suum, recordátus misericórdiae, sicut locútus est ad patres nostros, Abraham et sémini eius in sæcula.
Glória Patri, et Filio, et Spirítui Sancto. Sicut erat in princípio, et nunc et semper, et in sæcula sæculórum. Amen.
Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación
de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia –como lo había prometido a nuestros padres– en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Benedíctus Dóminus, Deus Ísrael, quia visitávit et fecit redemptiónem plebi suæ, et eréxit cornu salútis nobis in domo David púeri sui, sicut locútus est per os sanctórum, qui a sæcula sunt, prophetárum eius, salútem ex inimícis nostris et de manu ónmium, qui odérunt nos; ad faciéndam misericórdiam cum pátribus nostris et memorári testaménti sui sancti, iusiurándum, quod iurávit ad Abraham patrem nostrum, datúrum se nobis, ut sine timóre, de manu inimicórum liberáti, serviámus illi in sanctitáte et iustítia coram ipso ómnibus diébus nostris.
Et tu, puer, prophéta Altíssimi vocáberis: praeíbis enim ante fáciem Dómini paráre vias eius, ad dandam sciéntiam salútis plebi eius in remissiónem peccatórum eórum.
Per víscera misericórdiae Dei nostri, in quibus visitábit nos óriens ex alto, illumináre his, qui in ténebris et in umbra mortis sedent, ad dirigéndos pedes nostros in viam pacis.
Glória Patri, et Filio, et Spirítui Sancto. Sicut erat in principio, et nunc et semper, et in sæcula sæculórum. Amen.
Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo, según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos Profetas. Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán. Para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Te Deum laudámus: te Dóminum confitémur.
Te aetérnum Patrem, omnis terra venerátur.
Tibi omnes ángeli, tibi caeli et univérse potestátes:
Tibi chérubim et séraphim incessábili voce proclámant:
Sanctus, Sanctus, Sanctus, Dóminus Deus Sábaoth.
Pleni sunt caeli et tema maiestátis glóriae tuae.
Te gloriósus apostolórum chorus, te prophetárum laudábilis númerus, te mártyrum candidátus laudat exércitus.
Te per orbem terrárum sancta confitétur Ecclésia,
Patrem imménsae maiestátis; venerándum tuum verum et únicum Fílium; Sanctum quoque Paráclitum Spíritum.
Tu rex glóriae, Christe. Tu Patris sempitérnus es Fílius.
Tu, ad liberándum susceptúrus hóminem, non horruísti Vírginis úterum.
Tu, devícto mortis acúleo, aperuísti credéntibus regna caelórum.
Tu ad déxteram Dei sedes, in glória Patris.
Iudex créderis esse ventúrus.
Te ergo quaésumus, tuis fámulis súbveni, quos pretióso sánguine redemísti.
Ætérna fac cum sanctis tuis in glória numerári.
Salvum fac pópulum tuum, Dómine, et bénedic hereditáti tuae.
Et rege eos, et extólle illos usque in aetérnum.
Per síngulos dies benedícimus te; et laudámus nomen tuum in sæculum, et in sæculum sæculi.
Dignáre, Dómine, die isto sine peccáto nos custodíre.
Miserére nostri, Dómine, miserére nostri.
Fiat misericórdia tua, Dómine, super nos, quemádmodum perávimus in te.
In te, Dómine, sperávi: non confúndar in aetérnum.
A ti, oh Dios, te alabamos, a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre, te venera toda la creación.
Los ángeles todos, los cielos y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del universo.
Los cielos y la tierra están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza el glorioso coro de los Apóstoles, la multitud admirable de los Profetas, el blanco ejército de los mártires.
A ti la Iglesia santa, extendida por toda la tierra, te proclama:
Padre de inmensa majestad, Hijo único y verdadero, digno de adoración, Espíritu Santo, Defensor.
Tú eres el Rey de la gloria, Cristo. Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre, aceptaste la condición humana sin desdeñar el seno de la Virgen.
Tú, rotas las cadenas de la muerte, abriste a los creyentes el reino del cielo.
Tú te sientas a la derecha de Dios en la gloria del Padre.
Creemos que un día has de venir como juez.
Te rogamos, pues, que vengas en ayuda de tus siervos, a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna nos asociemos a tus santos.
Salva a tu pueblo, Señor, y bendice tu heredad.
Sé su pastor y ensálzalo eternamente.
Día tras día te bendecimos y alabamos tu nombre para siempre, por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día guardarnos del pecado.
Ten piedad de nosotros, Señor, ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
En ti, Señor, confié, no me veré defraudado para siempre.
Veni, Creátor Spíritus, mentes tuórum vísita, imple supérna grátia, quæ tu creásti péctora.
Qui díceris Paráclitus, altíssimi donum Dei, fons vivus, ignis, cáritas, et spiritális únctio.
Tu septifórmis múnere, dígitus patérnae déxterae, tu rite promíssum Patris, sermóne ditans gúttura.
Accénde lumen sénsibus, infúnde amórem córdibus, infírma nostri córporis virtúte firmans pérpeti.
Hostem repéllas lóngius pacémque dones prótinus; ductóre sic te praévio vitémus omne nóxium.
Per Te sciámus da Patrem noscámus atque Fílium, teque utriúsque Spíritum Credámus omni témpore.
Deo Patri sit glória, et Fílio, qui a mórtuis surréxit, ac Paráclito, in sæculórum sæcula. Amen.
Ven, Espíritu Creador, visita las almas de tus fieles llena con tu divina gracia, los corazones que creaste.
Tú, a quien llamamos Paráclito, don de Dios Altísimo, fuente viva, fuego, caridad y espiritual unción.
Tú derramas sobre nosotros los siete dones; Tú, dedo de la diestra del Padre; Tú, fiel promesa del Padre; que inspiras nuestras palabras.
Ilumina nuestros sentidos; infunde tu amor en nuestros corazones; y, con tu perpetuo auxilio, fortalece la debilidad de nuestro cuerpo.
Aleja de nosotros al enemigo, danos pronto la paz, sé nuestro director y nuestro guía, para que evitemos todo mal.
Por ti conozcamos al Padre, al Hijo revélanos también; Creamos en ti, su Espíritu, por los siglos de los siglos.
Gloria a Dios Padre, y al Hijo que resucitó, y al Espíritu Consolador, por los siglos de los siglos. Amén.
Veni, Sancte Spíritus, et emítte cælitus lucis tuæ rádium. Veni, pater páuperum, veni, dator múnerum, veni, lumen córdium.
Consolátor óptime, dulcis hospes ánimæ, dulce refrigérium. In labóre réquies, in æstu tempéries, in fletu solácium.
O lux beatíssima, reple cordis íntima tuórum fidélium. Sine tuo númine, nihil est in hómine nihil est innóxium.
Lava quod est sórdidum, riga quod est áridum, sana quod est sáucium. Flecte quod est rígidum, fove quod est frígidum, rege quod est dévium.
Da tuis fidélibus, in te confidéntibus, sacrum septenárium. Da virtútis méritum, da salútis éxitum, da perénne gáudium. Amen.
Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos; por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén.
De nuestra Señora María Santísima
Acordaos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que haya acudido a Vos, implorado vuestra asistencia y reclamado vuestro socorro, haya sido abandonado de Vos. Animado con esta confianza, a Vos también acudo, oh Virgen, Madre de la vírgenes, y aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados me atrevo a comparecer ante Vuestra presencia Soberana. No desechéis oh purísima Madre de Dios mis humildes súplicas, antes bien, escuchadlas favorablemente. Amén.
Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades; antes bien, líbranos siempre de todo peligro, ¡Oh Virgen gloriosa y bendita!
Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza. A ti, celestial Princesa, Virgen sagrada María, te ofrezco desde este día alma, vida y corazón. Mírame con compasión, no me dejes, Madre mía.
De Santo Tomás de Aquino
Oh Creador inefable, que de los tesoros de tu sabiduría formaste tres jerarquías de Ángeles y con maravilloso orden las colocaste sobre el cielo empíreo, y distribuiste las partes del universo con suma elegancia. Tú que eres la verdadera fuente de luz y sabiduría, y el soberano principio, dígnate infundir sobre las tinieblas de mi entendimiento un rayo de tu claridad, apartando de mí la doble oscuridad en que he nacido: el pecado y la ignorancia. Tú que haces elocuentes las lenguas de los niños, instruye mi lengua e infunde en mis labios la gracia de tu bendición. Dame agudeza para entender, capacidad para retener, método y facilidad para aprender, sutileza para interpretar, y gracia copiosa para hablar. Dame acierto al empezar, dirección al progresar y perfección al acabar. Tú que eres verdadero Dios y verdadero Hombre, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Oración a San José
¡Oh glorioso San José, modelo de todos los que se consagran al trabajo! Alcanzadme la gracia de trabajar con espíritu de penitencia en expiación de mis pecados; de trabajar a conciencia poniendo el cumplimiento de mi deber por encima de mis naturales inclinaciones; de trabajar con reconocimiento y alegría, mirando como un honor el desarrollar, por medio del trabajo, los dones recibidos de Dios en aras de la instauración del Reinado Social de mi Señor Jesucristo. Alcanzadme la gracia de trabajar con orden, constancia, intensidad y presencia de Dios, sin jamás retroceder ante las dificultades; de trabajar, ante todo, con pureza de intención y con desprendimiento de mí mismo, teniendo siempre ante mis ojos las almas todas y la cuenta que habré de dar del tiempo perdido, de las habilidades inutilizadas, del bien omitido y de las vanas complacencias en mis trabajos, tan contrarias a la obra de Dios. Todo por Jesús, todo por María, todo a imitación vuestra, ¡oh Patriarca San José! Tal será mi consigna en la vida y en la muerte. Amén.
¡Oh Cristo Jesús!, que me habéis llamado a participar de vuestra Cruz, crucificándome por la enfermedad y la invalidez, os ofrezco hoy mis sufrimientos, las penas de mi vida de enfermo y os suplico las unáis a las que padecisteis en vuestra Pasión y a las que tuvo que sufrir vuestra Madre Dolorosa. Dignaos ofrecérselos a vuestro Padre Celestial por la instauración de vuestro reinado en la tierra, la santificación de la jerarquía eclesiástica, la multiplicación de las vocaciones apostólicas y la conversión de los infieles ¡Oh buen Maestro!, haz que yo llegue a sufrir con alegría por vuestra mayor gloria. Dadme la suficiente generosidad y todo el amor necesario para sonreír en medio de la prueba; y cuando el sufrimiento sea más vivo, cuando la cruz sea más pesada, y más dolorosas las crisis, haz, oh Jesús, que pueda responderos con un fiat gozoso y amante. Así sea.
Oh clementísimo Jesús, abrasado en ardiente amor de las almas. Os suplico, por la agonía de vuestro sacratísimo Corazón y por los dolores de vuestra inmaculada Madre, que lavéis con vuestra Sangre a todos los pecadores de la tierra que están ahora en la agonía y tienen que morir hoy. Amén.
Corazón agonizante de Jesús, tened misericordia de los moribundos.
Oración a San José
Oh San José, que dejaste esta vida en brazos de tu Hijo adoptivo Jesús, y de tu dulce Esposa María, socórreme, ¡oh Padre!, junto con María y Jesús, cuando la muerte marque el fin de mi vida; obtenme la gracia (es lo único que pido) de morir también en los mismos brazos de Jesús y de María. ¡En vuestras manos, Jesús, María y José, encomiendo mi espíritu en la vida y en la muerte! Amén.
Del Patriarca San José
Acordaos, oh purísimo Esposo de la Virgen María, oh dulce Protector mío, San José, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han implorado vuestro auxilio y reclamado vuestro socorro, haya sido desamparado. Animado por esta confianza, a Vos también acudo, a Vos me encomiendo fervientemente. Os pido, oh Padre Putativo del Redentor, que no desechéis mis súplicas, antes bien, escuchadlas benignamente. Amén.
Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente. Amarás al prójimo como a ti mismo.
Mt 7, 12
Tratad a los demás como queráis que ellos os traten a vosotros.