Desde los primeros siglos del cristianismo, los santos y doctores de la Iglesia han comprendido que nuestra Señora, María Santísima, ocupa un lugar único en el plan divino de salvación. Ella no solo concibió en su seno al Verbo Encarnado, sino que continúa ejerciendo su misión maternal en la vida de los fieles, guiándolos con firmeza y ternura hacia su Hijo, Jesucristo. Por esta razón, la entrega total a María se convierte en un camino de santidad y transformación, por medio del cual el alma se abandona confiadamente en sus manos para ser conducida a la plenitud de la vida en Cristo.
San Luis María Grignion de Montfort (1673-1716), fervoroso misionero y predicador, fue el principal responsable de sistematizar esta espiritualidad en su obra Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen, escrita en los últimos años de su vida. Providencialmente, este manuscrito permaneció oculto por más de un siglo hasta su redescubrimiento en 1842, y desde entonces, su difusión ha transformado la vida espiritual de incontables fieles. La Iglesia ha avalado y promovido esta doctrina, reconociéndola como una de las más sublimes expresiones de la devoción mariana. La historia de la Iglesia confirma que esta consagración no solo es fuente de santidad, sino también un arma poderosa en la batalla espiritual por la gloria de Dios.
Esta consagración parte de una premisa fundamental: Jesucristo, la Sabiduría Encarnada, quiso depender enteramente de María en su Encarnación y en la obra redentora. El plan divino dispuso que María no fuese un mero instrumento, sino una colaboradora singular en la obra de la salvación. Si el mismo Dios se sometió a Ella, con cuánta mayor razón deben hacerlo los cristianos que buscan conformarse a Cristo.
San Luis María enseña que, dado que María es el medio escogido por Dios para darnos a Cristo, también es el medio perfecto para llegar a Él. Esta consagración es la renovación perfecta de los votos bautismales, pues implica una entrega total y sin reservas de nuestra persona y de nuestras acciones a María, para que Ella disponga de nosotros según el beneplácito divino.
El cristiano está llamado a la lucha. Desde el bautismo, se alista en el ejército de Cristo para combatir contra el mundo, el demonio y la carne. Ya sea como clérigo o como laico, toda la vida del cristiano debe tener como fin la instauración y extensión del Reino de nuestro Señor Jesucristo. No hay lugar para una vida cómoda o neutral. La consagración a María no es solo un acto de devoción, sino una bandera de combate, un compromiso de militancia bajo el estandarte de la Reina de los ejércitos celestiales.
San Luis María advierte que esta entrega generará contradicción: el mundo moderno, impregnado de autosuficiencia y rebelión contra Dios, no tolera la idea de la sumisión y menos aún de la esclavitud de amor a María. Pero quien se consagra debe estar dispuesto a luchar y sufrir por Cristo, con la certeza de que María Santísima es el arma más poderosa contra las fuerzas del mal.
Esta militancia no se limita a una lucha espiritual interna, sino que debe reflejarse en la vida cotidiana del consagrado. Implica vivir en coherencia con la fe, resistiendo las influencias mundanas, defendiendo la verdad, promoviendo la devoción a María como un camino seguro y conquistando todo para Cristo Rey. No es solo una batalla personal, sino un compromiso con la Iglesia y la restauración de la Civilización Cristiana en medio de un mundo cada vez más alejado de la fe y la moral católicas.
San Luis María Grignion de Montfort recomienda un tiempo de preparación de 33 días antes de realizar la consagración. Este período se divide en cuatro etapas:
Al finalizar estos 33 días, se realiza el acto de consagración con plena conciencia y entrega total a María Santísima.
El acto de consagración es una oración que expresa la entrega total a Jesucristo por medio de María. Su estructura refleja las verdades fundamentales de nuestra fe:
Quien vive con fidelidad esta consagración experimenta abundantes gracias espirituales:
El cristiano consagrado a María no es un espectador pasivo en el combate espiritual. Es un soldado de Cristo que, bajo el estandarte de la Virgen, lucha por la gloria de Dios y la extensión de su Reino. En un mundo que rechaza a Cristo y combate a su Iglesia, la consagración mariana es un acto de resistencia, un grito de fidelidad y una estrategia infalible para vencer en la batalla espiritual.
La historia de la Iglesia está llena de santos que han seguido esta senda, comprendiendo que el verdadero amor a María no es sentimentalismo vacío, sino una entrega total y militante a Cristo. La Virgen nos toma como verdaderos esclavos de amor y nos forma como aguerridos defensores de la Verdad, para hacer triunfar, según nuestros medios, los derechos de Dios y de su Iglesia.
Que María Santísima nos conceda la gracia de ser fieles en esta santa milicia y nos conduzca a la victoria final en Cristo, nuestro Rey.
Nota final: Los miembros de la Comunidad Seglar de Cristo Rey realizan la preparación para esta consagración con el acompañamiento de un instructor designado por el responsable de cada comunidad.
¡Sabiduría eterna y encarnada! ¡Amabilísimo y adorable Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, Hijo único del Eterno Padre y de María siempre Virgen!
Te adoro profundamente en el seno y en los esplendores de tu Padre, durante la eternidad, y en el seno virginal de María, tu dignísima Madre, en el tiempo de tu encarnación.
Te doy gracias por haberte anonadado, tomando la forma de un esclavo, para sacarme de la cruel esclavitud del demonio.
Te alabo y te glorifico porque has tenido la bondad de someterme en todo a María, tu Santa Madre, con el fin de hacerme, por medio de Ella, un fiel esclavo.
Pero, desgraciadamente, ¡ingrato e infiel como soy!, no he observado los votos y las promesas que con tanta solemnidad te he hecho en mi Bautismo: no he cumplido con mis obligaciones.
No merezco llamarme hijo tuyo, ni tu esclavo; y, como no hay nada en mí que no merezca tus rechazos y tu cólera, ya no me atrevo a acercarme por mí mismo a tu santa y augusta Majestad.
Por eso he recurrido a la intercesión y a la misericordia de tu Santísima Madre, que me has dado como Medianera para contigo; y es por medio de Ella que espero obtener de Ti la contrición y el perdón de mis pecados, la adquisición y la conservación de la Sabiduría.
De ser posible diríjase la mirada hacia la imagen de nuestra Señora, María Santísima.
Te saludo, pues, ¡María Inmaculada!, vivo tabernáculo de la divinidad, escondida en el cual, la eterna Sabiduría quiere ser adorada por los Ángeles y por los hombres.
Te saludo, ¡Reina del Cielo y de la tierra!, a cuyo imperio todo está sometido, todo lo que está por debajo de Dios.
Te saludo, ¡seguro Refugio de los pecadores!, cuya misericordia no faltó a nadie.
Escucha los deseos que tengo de la divina Sabiduría, y recibe para eso los votos y los dones que mi bajeza te presenta.
Yo, _____________________________________, infiel pecador, renuevo y ratifico hoy en tus manos los votos de mi Bautismo: renuncio para siempre a Satanás, a sus seducciones y a sus obras, y me doy enteramente a Jesucristo, la Sabiduría encarnada, para llevar mi cruz tras Él todos los días de mi vida, y para que yo le sea más fiel de como lo he sido hasta ahora.
Te escojo hoy, en presencia de toda la Corte celestial, como Madre y Señora mía.
Te entrego y consagro, en calidad de esclavo, mi cuerpo y mi alma, mis bienes interiores y exteriores, y el valor mismo de mis buenas acciones pasadas, presentes y futuras, dejándote un entero y pleno derecho de disponer de mí y de todo lo que me pertenece, sin excepción, según tu agrado a la mayor gloria de Dios en el tiempo y en la eternidad.
Recibe, ¡Virgen bondadosa!, esta pequeña ofrenda de mi esclavitud, en honor y en unión con la sumisión que la eterna Sabiduría gustosamente quiso observar para con tu maternidad; en homenaje al dominio que ustedes, los dos, tienen sobre este pequeño gusano y miserable pecador; y en acción de gracias por los privilegios con los que la Santísima Trinidad te ha favorecido.
Proclamo que desde ahora quiero, como verdadero esclavo tuyo, procurar tu honor y obedecerte en todo.
¡Madre admirable!, preséntame a tu querido Hijo, en calidad de eterno esclavo, para que Él, que por Ti me rescató, por Ti me reciba.
¡Madre de misericordia!, hazme la gracia de obtener la verdadera sabiduría de Dios y de colocarme, para eso, en el número de las personas a las que amas, instruyes, guías, alimentas y proteges como a hijos y esclavos tuyos.
¡Virgen fiel!, vuélveme en todo un perfecto discípulo, imitador y esclavo de la Sabiduría encarnada, Jesucristo, Hijo tuyo, Tanto que por tu intercesión y por tu ejemplo yo llegue a la plenitud de su edad en la tierra y de su gloria en los Cielos. Amén.